Cuando ella tenía tres años y yo cuatro su mamá la traía a casa a jugar y ella me tiraba de los pelos, me hacía llorar y yo no me defendía. Más tarde íbamos al mismo jardín el ¨Tilín-Tilín¨ aunque ella iba a sala amarilla y yo a la roja en el patio jugábamos juntas. Ella usaba el guardapolvo, heredado de su primo, al que nadie le había sacado el bordado en el pecho que decía ¨Mauro¨.

Pasamos los veranos en su pileta o en la mía, teníamos un juego preferido que repetíamos todos los días: éramos hermanas que iban de vacaciones en avión, el avión se caía y debíamos vivir en una isla desierta, construíamos una chocita y después tomábamos la leche con Tody y galletitas. Un año más tarde al mismo juego le agregábamos dos personajes invisibles, nuestros novios. Otro verano sólo jugábamos a las Barbies, al Sega, veíamos el Big Channel por horas esperando que en Big Music pasen un video de Twiggy. Alrededor de los doce años empezamos a coleccionar esmaltes de uñas y nos pintábamos una de cada color, cambiábamos ¨joyas¨ (prendedores, collares de cordón, pulseritas de plástico, etc.).

Los primeros años del secundario ella empezó a salir a bailar antes que yo, iba a la matinee y después a El Mito, un boliche donde entrábamos gratis y los tragos salían $2. Ella competía con las amigas a ver quién se chapaba más chicos, y tenían una lista.

A los dieciséis se puso de novia con Ricardo Enrique, se convirtió en una novia planta, dejó de salir, de bailar en el escenario de El Mito, de chaparse pibes, comenzó a ir a cenar a restaurantes caros de capital, a pasear por el centro. Ella estaba enamoradísima, lo acompañaba los fines de semana a verlo hacer capoeira aunque no entendiera nada.

-¿Qué es eso?- le pregunté.

-Hacen como que se pegan pero no- Me dijo.

Él no la dejaba salir a bailar, le ¨sugería¨ que haga dieta (ella pesaba 50kg) y le controlaba lo que comía. Él se fue a trabajar a otra provincia, ella se quedó esperándolo aceptando una relación a distancia, se veían una vez por mes al principio, después cada dos, después menos. Ella, lo esperó… dos años, hasta que el volvió a dar por finalizada la relación de cuatro años.

Ella me llamó para contármelo, yo también tenía algo para contarle: me había puesto de novia por primera vez, y estaba feliz como una codorniz algo totalmente inapropiado para el momento. Mientras se secaba las lágrimas hacía esfuerzos por sonreír y me felicitaba. A la brevedad nos fuimos a Mardiajó a festejar la soltería.

En los últimos dos años, ella se puso de novia nuevamente, se fue a vivir en pareja, consiguió trabajo de lo suyo, se recibió, se compró un coche y un perrito (sólo le falta plantar un hijo y escribir un árbol).

Hoy la acompañé al registro civil, le dije lo linda que estaba con su vestido floreado, que me gusta más cuando se deja los rulos, me emocioné cuando dijo con la voz quebrada: Sí acepto, y puse mi firma en el acta de matrimonio esperando que sean muy felices y coman perdices.