Me siento igual que un púber, torpe para actuar en el mundo, porque no ha llegado desarrollar un esquema corporal acorde a los cambios en su cuerpo, rompe, tira, se cae. ¡Ay nena ya me rompiste la docena de vasos nuevos! ¿Qué tenés en las manos? A los doce años no paraba de volcar vasos, romper cosas, caerme y golpearme. La torpeza no se me ha ido, sólo ha disminuido a un grado aceptable con el que puedo convivir. Pero con los años tengo nuevos inconvenientes, esta vez para manejar el nuevo esquema de mi sueldo, evitar emocionarme con las compras y llegar a fin de mes. Me di cuenta que soy bastante compulsiva, sólo que antes no había tenido la oportunidad.


Cobré y fui al lugar más tentador para una pseudo-hippie (no, el shopping jamás): La feria de Mataderos.

Al llegar, hay una feria americana, todo usado, libros, carteras, zapatos, cuadros, collares, platos; no puedo evitar revolver todo aunque este roto, viejo y con olor a naftalina. Me encantan esas cosas, aunque después no las use, hace dos años compré un cuadro que aún no colgué, descansa en un cajón junto a un vestido tejido que pensé que me animaría a usar.

A medida que iba pasando puesto por puesto, me encontraba la feria artesanal, mientras caminaba la música sonaba más fuerte, un escenario con bandas de folklore tocando una tras otra, en frente del escenario gente bailando enharinada con hojas de albahaca atrás de las orejas, era un carnaval norteño en medio de Mataderos. Un pedacito de vacaciones en medio de la rutina.

Al mirar a un costado veo una llama enorme sentada en medio de la calle, al principio pensé que era efecto de la resaca que yo estaba sufriendo, pero no. Un tipo trajo una llama le puso una mantita de aguayo en el lomo para que la gente se saque fotos, y todo sea tal cual el norte, la pobre llama no entendía nada. Deduzco que los fotógrafos de llamas y de perros San Bernardo en Bariloche no tienen habilidad alguna, por eso ponen animales que trabajen por ellos. Para mi tendrían que reconocer su discapacidad y dedicarse a vender La Solidaria.


Después de tanto dar vueltas, de querer comprarme todo, encontré un puesto de instrumentos de percusión, -Hola, ¿Puedo probarlos?- y ahí nomás me senté sobre un cajón peruano onda flamenco y me puse a tocar.

No está muy bien terminado, está desprolijo, pero está re barato, me gusta el sonido, le sigo pegando, está muy bueno, uhh que bueno para tocar cumbia, ¿Estoy tocando muy fuerte? El tipo ya me está mirando mal… masi… no me importa ¿Me lo llevo? Pero me tengo que comprar zapatillas, estás All Star están todas rotas cuando llueve me entra agua en los pies… pero este cajón está re bueno. Mmmm…

Ante la indecisión le tiré el ¨no sos vos, soy yo¨ de los vendedores…

- Bueno, muchas gracias, doy una vuelta y cualquier cosa vuelvo -

Di una vuelta, me compré un cubanito de dulce de leche, seguí preguntando precios de todas las cosas, bailé una chacarerita por ahí y volví.

- Hola… volví... ¿El cajón? Envolvémelo que me lo llevo.


Y me volví muy contenta con mi nuevo instrumento en una bolsa de consorcio llena de tierra. Esto puede causar algunos efectos colaterales como tener que colarme en el tren y el subte para ir a trabajar a fin de mes, que mis padres pierdan la poca paciencia que le queda para conmigo, denuncias de los vecinos por ruidos molestos. Pero la música no tiene precio.