Por tercera vez recorrí el Norte, el cerro San Bernardo en Salta, las Salinas Grandes en Purmamarca, bailé en la peña Entre Amigos, tomé helado de vino (tinto y blanco) en Cafayate, toqué en un restaurante con unos chicos de Baradero, fui a la Fiesta del Choclo en Maimará, hice la excursión a La Garganta del Diablo y la Quebrada de las Conchas, caminé por Humahuaca hasta la casa de Ricardo Vilca, subí a observar la Quebrada desde El Monumento al Indio, compré en el mercado, toqué charangos, vi ferias, me quise comprar todo (pero me controlé). Lo que fue distinto esta vez es que el viaje fue doblado al francés, creo que todas las mujeres deberían probar uno alguna vez, una experiencia altamente recomendable.


A la mañana – Bonjour madmoiselle!- seguido de un petit déjeuner en la cama, acompañado con la manera de pronunciar la "u" poniendo la boca como si fueran a dar un beso cada vez que la pronuncian, disfrutan de paseos de la mano, te cantan, escriben, te leen, te hacen masajes, te sacan fotos, todas las propuestas les parecen fabulosas, todos los paisajes les gustan, no tienen problema en hospedarse en cualquier pocilga, por ahí se les escapa un oh la la mon amour, te cocinan, te compran vino, muchas cosas de dulce de leche (porque allá no hay) y cada cosa que dicen es música para los oídos.

Pero todo remedio que te hace sentir bien trae contraindicaciones y una fecha de vencimiento, hasta acá venimos bárbaro, pero un día deben regresar volando a su hábitat natural e indefectiblemente debemos decir adios a esos días de ensueño por las quebradas de colores a miles de metros de altura. Pensé que me la iba a bancar como una campeona, una leona o una tigresa Acuña, ya lo habíamos charlado, ya lo veía venir. Pero no. El contexto de despedida no podía ser peor, o mejor, no se, parecía un set de TV diseñado para que el momento fuera emotivo. Llovía, todo estaba nublado, todos los huespedes dormían, la cocina vieja de “Lo de Olguita” estaba vacía, tomamos un te. Hicimos todo lo que se hace en una despedida: lo acompañé hasta la puerta y se fue corriendo bajo la lluvia, porque no se cuanto tiempo pasó mientras nos abrazamos, lloramos y prometimos volvernos a ver pero ya era la hora de partida de su micro con destino a San Salvador de Jujuy.

Volvi a la habitacion, lloré desconsolada un rato, armé mi mochila. Le dejé las llaves a Olga y me fui a la terminal, con un rollo de papel higienico en un bolsillo por si se me escapaban más mocos y una galleta en el otro bolsillo para el momento en que se me salga el nudo de la garganta seguro me daría hambre.

Tomé el bus a La Quiaca, shockeada por la despedida y por la incertidumbre de estar llegando a otro país. Pero segura de que si algo se termina es porque algo va a empezar y de querer arrancar un nuevo capítulo del viaje, esta vez sí, conmigo y nadie más.