La llegada de mi cuarto de siglo, me ha encontrado de la mejor manera posible: disfrazada, llena de amigos, cantando, bailando y saltando en un castillo inflable; con la presencia de músicos en vivo, un metegol y una bailarina árabe. En una fiesta temática del “Bicentenario” (¿De qué otra cosa? Este año hasta los pedos son del Bicentenario) por ende mis invitados vinieron vestidos con motivos patrios: una granadera, una escarapela, negras mazamorreras, gauchos, chinas, campesinos y un cura (la Iglesia siempre presente en la historia de nuestro país). Por supuesto en toda fiesta hay amargos que no se disfrazan.

El castillo era un asunto pendiente que tenía desde hace tiempo -“¿Cuántos son ustedes?... ¡Veinticinco años! ¡Noooo nena! ¡Me lo van hacer mierda!” – Me dijo Sebastián, el dueño del inflable pero a fuerza de insistencia, perseverancia, sonrisas y promesas de no subir más de cinco personas a la vez, me lo alquiló. Algunos no comprenden que esas cosas: peloteros, canchitas de fútbol, gusanos locos, cumpleaños en casas de comidas rápidas, no existían en los finales de los ´80, principios de los ´90 que me vieron crecer. Aunque, pensándolo bien, este cumpleaños no distó mucho de aquellos.

Cuando era chica mi tío postizo me hacía carteles de Feliz Cumple con dibujos de Los Simpsons y de La Sirenita (desde pequeña fui versátil con los gustos). Este año mi mamá, que es maestra jardinera, tomó prestado del jardín un cabildo gigante a modo de decoración. Ella hacía la torta, igual que ahora, poníamos música en el centro musical que todavía tenemos pero ahora le decimos “equipo” como para dárnosla de modernos. Venían todos mis amigos y comían mucho, jugaban en el patio como locos, mi papá sacaba fotos. Ahora es lo mismo, hombres y mujeres grandes ya, saltando desquiciados, corriendo, tirándose del tobogán, sudados todos, agitados. Mi papá ahora filma, creo que porque no puede creer lo que está viendo.

Antes los regalos eran diarios íntimos, peluches y perfumes “Mujercitas”, para facilitar la transición de niña a mujer, aunque yo prefería trepar árboles a jugar con peluches. Aún ahora mis seres queridos no resignan el intento de aflorar lo femenino que hay en mí, me regalan perfumes, carteras o maquillajes. Siempre me vienen bien, así yo no tengo que comprarlos.

El tiempo pasa pero la esencia es la misma de la pequeña peinada con media trenza cocida, vestido rosa con un moño de cinta de raso en la espalda, cuello blanco con volados, medias con puntilla y zapatitos kickers blancos; que a la media hora estaba toda despeinada, sucia, las rodillas raspadas y el vestido manchado de chocolate.